EUZKADI ZUTIK

Estas elecciones al Parlamento Vasco han sido sin duda, una de las más atípicas que se recuerdan, en una situación de sobresaliente excepcionalidad y que van a servir para barrer incertidumbres y para poner las bases de la reconstrucción vasca.

Frente a quienes clamaban por seguir con un gobierno más allá de su curso legal, el ejercicio de normalidad que han supuesto es algo que se debe a la voluntad positiva del Lehendakari Iñigo Urkullu de recuperar una normalidad necesaria.

No cabe duda de que la campaña del miedo al Covid que se ha alentado desde la izquierda abertzale, unido a los previsibles rebrotes que han ido apareciendo, ha calado en parte de la sociedad, obteniéndose una exigua participación que debe servir, no obstante, para realizar una seria reflexión al respecto.

Los resultados del PNV son buenos, seguramente no tan buenos como algunas encuestas internas vaticinaban, con una proporción casi comparable a los obtenidos por Garaikoetxea en otra coyuntura excepcional, como fue el lejano y tormentoso año 1984, con las terribles inundaciones, la escalada terrorista, la desindustrialización y la crispación por medio. También en aquel tiempo esos resultados no garantizaron una gobernabilidad tranquila. Hoy, por diversas circunstancias, el PNV tendrá que pactar, presumiblemente con el PSOE, un nuevo gobierno de coalición que sirva para poner al país de nuevo en pie. Esta fórmula transversal parece la más adecuada, más allá de los cantos de sirena de un “gobierno de izquierda” proclamado por Bildu y por Podemos y que intentarán, con la ayuda de algún verso suelto del PSOE, al menos agitar la ilusión del llamado “trirojito”. Digamos también que los resultados del PNV en ciertos ámbitos como Gipuzkoa, muestran una posibilidad de mejora debilidad que no se corresponde con su fortaleza en otros territorios como Bizkaia y que también deberá ser parte de la reflexión.

No cabe duda de que la escasa participación electoral es uno de los aspectos negativos que ha influido notablemente en los resultados. Bildu ya había demostrado que tiene un electorado a prueba del cansancio de las citas electorales o de las graves circunstancias de las mismas, como son las de ahora. El Gobierno Vasco y los partidos de gobierno no ha sabido insuflar la suficiente confianza sanitaria en unos momentos en las cuales las elecciones tenían una enorme garantía en este aspecto. El miedo ha retraído a parte del electorado, pero no al de Bildu. Esa es su fuerza y hay que reconocerlo. Paralelamente, se ha visualizado también la debilidad del PNV en un sector joven que nunca ha sido sencillo de atraer frente a planteamientos “idealistas” y “de cambio”, pero que sin duda el nacionalismo histórico debe trabajar con urgencia si quiere mantener el liderazgo.

El mensaje de Arnaldo Otegi es claro: el modelo catalán es un espejo en el que nos tenemos que mirar. Desgraciadamente, para ellos, por mucha fuerza que tengan en estos momentos, tal cosa no ocurrirá en Euskadi a corto o medio plazo. La euforia de Bildu (hablando de los pájaros y flores del socialismo del siglo XXI como si no estuviésemos en una profunda crisis) es un auténtico insulto a la situación por la que está pasando nuestro pueblo.

El mensaje del Lehendakari Urkullu ha sido el más positivo de la jornada: ha señalado la problemática situación que nos espera para los próximos tres años y ha nombrado uno a uno a todos los colectivos afectados por las consecuencias de la crisis viral, los muertos, los enfermos, los ancianos, los trabajadores en precariedad laboral o con perspectivas de paro… La honda preocupación por su pueblo, reflejada en sus palabras y en su enorme labor durante la crisis es una cosa que le honra y que presumiblemente le permitirá volver a ser Lehendakari. No olvidemos sus dos logros, buenos para Euskadi, pero también para el resto de naciones del Estado: evitar paralización de las actividades económicas (que pretendían Bildu y el Gobierno español) y la cogobernanza (que ha salvado el autogobierno de Euskadi y lo ha puesto en valor en estas circunstancias). Eso sólo lo puede conseguir un político hábil, de principios firmes y con amplitud de miras, que busca un ensanchamiento social del cauce central. Es por ello que Iñigo Urkullu se ha convertido, una vez más, en el principal objetivo político a batir de la izquierda abertzale, tal y como hemos visto en la campaña electoral.

Las referencias al gobierno jeltzale (mítico en algunos aspectos) de Carlos Garaikoetxea no es baladí. La conformación del gobierno es también la oportunidad de Urkullu de realizar una autocrítica de la acción pasada de su gobierno y para renovarlo con la vista puesta en lo mejor del pasado. Si el PNV en 1980 planteó como lema “Tenemos que ganar todos : todo un gobierno para todo un pueblo” (y para ello puso en responsabilidades de mando personas de primera categoría), ahora, en un momento de reconstrucción y de poner al país en pie, toca tener un gobierno fuerte y bien preparado para tratar de revitalizar a una sociedad castigada por la crisis y el virus. Las habituales cuotas entre socios de gobierno y también entre los propios herrialdes y sensibilidades internas del PNV serían un flaco favor al PNV y una pésima imagen para la sociedad que espera altura de miras. Es posible que, en esta situación Estas elecciones al Parlamento Vasco han sido sin duda, una de las más atípicas que se recuerdan, en una situación de sobresaliente excepcionalidad y que van a servir para barrer incertidumbres y para poner las bases de la reconstrucción vasca. Frente a quienes clamaban por seguir con un gobierno más allá de su curso legal, el ejercicio de normalidad que han supuesto es algo que se debe a la voluntad positiva del Lehendakari Iñigo Urkullu de recuperar una normalidad necesaria.

No cabe duda de que la campaña del miedo al Covid que se ha alentado desde la izquierda abertzale, unido a los previsibles rebrotes que han ido apareciendo, ha calado en parte de la sociedad, obteniéndose una exigua participación que debe servir, no obstante, para realizar una seria reflexión al respecto.

Los resultados del PNV son buenos, seguramente no tan buenos como algunas encuestas internas vaticinaban, con una proporción casi comparable a los obtenidos por Garaikoetxea en otra coyuntura excepcional, como fue el lejano y tormentoso año 1984, con las terribles inundaciones, la escalada terrorista, la desindustrialización y la crispación por medio. También en aquel tiempo esos resultados no garantizaron una gobernabilidad tranquila. Hoy, por diversas circunstancias, el PNV tendrá que pactar, presumiblemente con el PSOE, un nuevo gobierno de coalición que sirva para poner al país de nuevo en pie. Esta fórmula transversal parece la más adecuada, más allá de los cantos de sirena de un “gobierno de izquierda” proclamado por Bildu y por Podemos y que intentarán, con la ayuda de algún verso suelto del PSOE, al menos agitar la ilusión del llamado “trirojito”. Digamos también que los resultados del PNV en ciertos ámbitos como Gipuzkoa, muestran una posibilidad de mejora debilidad que no se corresponde con su fortaleza en otros territorios como Bizkaia y que también deberá ser parte de la reflexión.

No cabe duda de que la escasa participación electoral es uno de los aspectos negativos que ha influido notablemente en los resultados. Bildu ya había demostrado que tiene un electorado a prueba del cansancio de las citas electorales o de las graves circunstancias de las mismas, como son las de ahora. El Gobierno Vasco y los partidos de gobierno no ha sabido insuflar la suficiente confianza sanitaria en unos momentos en las cuales las elecciones tenían una enorme garantía en este aspecto. El miedo ha retraído a parte del electorado, pero no al de Bildu. Esa es su fuerza y hay que reconocerlo. Paralelamente, se ha visualizado también la debilidad del PNV en un sector joven que nunca ha sido sencillo de atraer frente a planteamientos “idealistas” y “de cambio”, pero que sin duda el nacionalismo histórico debe trabajar con urgencia si quiere mantener el liderazgo.

El mensaje de Arnaldo Otegi es claro: el modelo catalán es un espejo en el que nos tenemos que mirar. Desgraciadamente, para ellos, por mucha fuerza que tengan en estos momentos, tal cosa no ocurrirá en Euskadi a corto o medio plazo. La euforia de Bildu (hablando de los pájaros y flores del socialismo del siglo XXI como si no estuviésemos en una profunda crisis) es un auténtico insulto a la situación por la que está pasando nuestro pueblo.

El mensaje del Lehendakari Urkullu ha sido el más positivo de la jornada: ha señalado la problemática situación que nos espera para los próximos tres años y ha nombrado uno a uno a todos los colectivos afectados por las consecuencias de la crisis viral, los muertos, los enfermos, los ancianos, los trabajadores en precariedad laboral o con perspectivas de paro… La honda preocupación por su pueblo, reflejada en sus palabras y en su enorme labor durante la crisis es una cosa que le honra y que presumiblemente le permitirá volver a ser Lehendakari. No olvidemos sus dos logros, buenos para Euskadi, pero también para el resto de naciones del Estado: evitar paralización de las actividades económicas (que pretendían Bildu y el Gobierno español) y la cogobernanza (que ha salvado el autogobierno de Euskadi y lo ha puesto en valor en estas circunstancias). Eso sólo lo puede conseguir un político hábil, de principios firmes y con amplitud de miras, que busca un ensanchamiento social del cauce central. Es por ello que Iñigo Urkullu se ha convertido, una vez más, en el principal objetivo político a batir de la izquierda abertzale, tal y como hemos visto en la campaña electoral.

Las referencias al gobierno jeltzale (mítico en algunos aspectos) de Carlos Garaikoetxea no es baladí. La conformación del gobierno es también la oportunidad de Urkullu de realizar una autocrítica de la acción pasada de su gobierno y para renovarlo con la vista puesta en lo mejor del pasado. Si el PNV en 1980 planteó como lema “Tenemos que ganar todos : todo un gobierno para todo un pueblo” (y para ello puso en responsabilidades de mando personas de primera categoría), ahora, en un momento de reconstrucción y de poner al país en pie, toca tener un gobierno fuerte y bien preparado para tratar de revitalizar a una sociedad castigada por la crisis y el virus. Las habituales cuotas entre socios de gobierno y también entre los propios herrialdes y sensibilidades internas del PNV serían un flaco favor al PNV y una pésima imagen para la sociedad que espera altura de miras. Es posible que, en esta situación excepcional, figuras relevantes que en otras circunstancias no accederían al servicio público, al igual que en los primeros gobiernos de los 80, estén dispuestas a aportar su experiencia. Deseamos que se pueda formar un gobierno de los mejores para la reconstrucción del País, libre de corsés partidistas y de equilibrismos internos.

Urkullu, que ha sorteado multitud de obstáculos, ha reconstruido al PNV en una de sus peores crisis y ha puesto nuestro país en el escenario post ETA, es la persona indicada para liderarlo. en los primeros gobiernos de los 80, estén dispuestas a aportar su experiencia. Deseamos que se pueda formar un gobierno de los mejores para la reconstrucción del País, libre de corsés partidistas y de equilibrismos internos.

Urkullu, que ha sorteado multitud de obstáculos, ha reconstruido al PNV en una de sus peores crisis y ha puesto nuestro país en el escenario post ETA, es la persona indicada para liderarlo.



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